jueves, 10 de noviembre de 2011

JORGE JUDAH CAMERON – ARGENTINA


HOY NO MORIRÉ

(Conversando con el ángel que vino a llevarse a su hija)

Exhausta,
en la intimidad de la vigilia,
entre Morfeo y los hombres,
observé una luz sobre mi frente,
oscura, espectral,
en forma de ojo dibujando círculos,
libremente.
–¿Quién eres? –le pregunté.
Y no me respondió.
–¿Quién eres? –volví a preguntarle.
Y tampoco respondió.
–En el nombre de Dios: ¿Qué quieres de mí?
–Soy un ángel de muerte. –reveló.
–¿Por qué a perturbar mis sueños has venido? ¡Vete ya! ¡Yo decido cuando morir! –exclamé.
Y cambio su color,
fue añil y luego blanco.
–No he venido por tu alma. –me dijo.
–¿Por quién, si no?
–Por aquel que sufre. Yo no llevo, sólo espero la partida. –anunció.
–¿Y quién será el afortunado que en tus benditas manos caerá sin darse cuenta, mi señor?
Y me quedé dormida, y él partió.

VIOLETA
(Su rçgran amor)


Todos los días, a la misma hora, sensible y extasiado contemplaba su figura venir a mí envuelta en el aroma de las flores más perfumadas y moribundas, bañándose la piel de aquel perfume de blandas rosas que nos unió para siempre. Violeta, mi bien amada, la única, la más bella entre las bellas, ondulando al viento sus cabellos con los últimos destellos del atardecer.

Durante horas, recostados sobre los verdes campos floridos y abrazados en consonancia con las aves, que, paseándose sobre nosotros sonorizaban nuestro amor, riendo sin dejar de besarnos.

Violeta, la más amada entre las mujeres de esta Tierra; ellos nos separaron pensando que todo terminaba con esa injusta actitud, autoritaria y medieval de pensar que un rico no puede amar a una mujer que ama los pobres sin tener que pasar por la censura de los hipócritas. Intentaron asesinarnos al hallarnos desnudos sobre el heno en aquella dorada caballeriza de su padre. Pero nuestro amor pudo más.

Logramos huir por los techos de la mansión hasta un río donde perdieron el rastro de nuestros cuerpos en fuga. El amor nos mantuvo unidos, hasta hoy, lejos de la soberbia, la avaricia, la ignominiosa tortura a la que fuimos sometidos durante tantos años.

Tanta pasión siento por ella que la muralla más alta no sería impedimento para encontrarla. La buscaría por los cielos y los mares y si fuera el inframundo aquello interpuesto entre ella y yo, bajaría cual Orfeo al Hades a buscarla entre los muertos a esa amada mujer por mí llamada Violeta, y en mis brazos la traería vaciándonos en el beso más profundo que recuerde ser alguno. Y si acaso no pudiese retornarla a este mundo yo con ella sufriría en los fuegos del infierno.

–¡Te amo, Judah! –exclamó.

Así estuvimos hasta que dieron las doce menos un minuto. Nos despedimos tiernamente para volver cada uno a su tumba, hasta el siguiente día, como hace más de un siglo.


Derechos Reservados © Jorge Judah Cameron

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