miércoles, 9 de noviembre de 2011

BEATRIZ ALICIA DURÁN – ARGENTINA


DECIDIR


El día había amanecido tormentoso, las anegadas calles casi no se distinguían a través de los cristales del automóvil, y los limpiaparabrisas apenas se daban abasto para permitirme visualizar el camino. No me complacía manejar bajo esa tempestad, pero debía hacerlo, ya que los niños esperaban que los recogiera de la escuela. Lo sucedido inmediatamente apenas lo recuerdo, quedó muy escondido dentro de mi memoria, algunas pequeñas remembranzas del instante me revelan que por entre las brumas producidas por la inclemencia, dos enormes ojos como salidos del averno me encandilaron con su destello. Un gran camión apareció abalanzándose sobre mí desde la mano contraria de la calzada, seguido luego por una mezcla de sonidos, el chirrido de los frenos, metales golpeándose entre sí, y el redoble de mi propio corazón que latía enloquecido. Comencé a dar vueltas como un delirante trompo y ahí concluyó todo. La oscuridad más negra se apoderó de mí.

Vagamente llegan a mi mente los sonidos de sirenas y voces ininteligibles de los paramédicos, pero en forma muy difusa. Creo que una vez más perdí todo contacto con el mundo que me rodeaba. Me trasladaron al hospital, donde recuperé apenas la conciencia y comencé a experimentar grandes padecimientos producto de los traumas recibidos.

Intenté hacer que comprendieran mi estado sin lograr articular palabra, pero evidentemente lo conocían ya que luego de una fuerte punzada, me fui relajando hasta quedar dormida. No sé cuanto tiempo permanecí en ese estado, hasta que de pronto comencé a recobrarme.

Ahora todo era distinto, mi cuerpo estaba cálido y liviano como una pluma, y toda sensación de sufrimiento había desaparecido. El miedo a repetir los padecimientos anteriores, hacía que me quedara inmóvil en la misma posición en que me había dormido, sin intentar ver a mi alrededor, pero de pronto la cacofonía de una imperiosa alarma llamó mi atención, incitándome a mirar. Mala idea. Inmediatamente sentí que el terror me paralizaba, cuando descubrí que ya no era yo, que mi cuerpo estaba allí abajo, acostado en el lecho… inerte. Mientras algo de mí con mi mente incluida flotaba sobre él como un barrilete sin dueño.

Fue tan grande el desasosiego que seguramente mi sangre se hubiera congelado en mis venas de haberlas poseído. Apenas un delgado cordón de un color plateado brillante me tenía sujeta a él, pero sentía que una fuerza casi incontrolable comenzaba a jalarme hacia arriba cada vez con más fuerza. Llegaron los médicos y comenzó el pandemónium. Daban órdenes, corrían, inyectaban líquidos en mi ahora desocupado cuerpo y pedían objetos en una terminología tan ajena a mi vocabulario que no lograba comprender.
— Atención… hay que actuar rápidamente, se presentó una fibrilación ventricular —dijo uno.
— Enfermera colóquele el oxigenador artificial —dijo otro — comienzo maniobras de RCP.
Sin intervalos ellos continuaban su titánica lucha.
— No responde a las maniobras, traigan el desfibrilador — pidió el primero un poco nervioso, y una enfermera acercó prontamente un aparato.
— Antes de tres todo mundo afuera — dijo el médico — Uno, dos…
Los que estaban ayudando en la resucitación se alejaron unos centímetros y entonces a la cuenta de tres, mi cuerpo saltó y retorció como efecto de la descarga.
— Sin resultados, apliquen nitroglicerina e intentemos una vez más — cumplimentaron su orden e inmediatamente repitieron la operación varias veces.
— Sigue sin responder, se nos ha ido… abandonen la resucitación. Configuren la partida de defunción, hora del fallecimiento 19 horas con 32 minutos del día 4 de enero, causas del deceso: paro cardio-respiratorio — dijo un médico con gesto apesadumbrado.
Desde mi impotente posición nada podía hacer sino seguir observando.
— Entonces — recuerdo que pensé — esto es la muerte.
No creí que sucediera de esta forma. Siempre especulé con la idea de que después de la vida solo quedaba la vacuidad total, y ahora descubro lo contrario. Me siento igual que el chofer de un automóvil observando su ahora obsoleto vehículo estacionado en la otra acera. Puedo verlos y oírlos sin que nadie lo advierta.
— ¿Será entonces que cuando nos llega el final vagamos en esencia eternamente y sin rumbo cerca de nuestros vacíos envases en una noche sin tiempo?. ¿No habrá nada a la sazón que nos justifique el haber vivido y penado en esta miserable tierra?

No pude continuar pensando, el cordón jalaba de mí cada vez con más firmeza aunque yo trataba con todas mis fuerzas de mantenerme en el lugar, no quería dejar de ver que estaba ocurriendo a mis pies. Miré en detalle ese maltrecho montón de carne que me había contenido tanto tiempo buscando las terribles secuelas que habría dejado el accidente, y que seguramente me habían conducido a este estado. Externamente solo se veían algunas magulladuras y un brazo roto, nada importante evidentemente, entonces… ¿Qué había fallado… porqué debía dejarlo?
Otro arrastre me condujo a la vacuidad total. Ahora todo era tenebrosidad a mi alrededor, y la extraña fuerza seguía manejándome sin tregua. A esas instancias estaba al corriente que era impelida sin preámbulos hacia lo desconocido, por no sabía quién, ni porqué, la única certidumbre era que no podía hacer nada para modificar lo que estaba sucediendo. Creo que me estaba dividiendo en millones de infinitesimales partículas y me diseminaba por el cosmos. Sensación o realidad… nunca lo confirmaré.

Nada de lo que intentaba hacer lograba frenar mi vertiginosa marcha. Decidí calmarme y me entregué, dejé de resistirme, y entonces la fuerza que me controlaba se hizo más suave, aunque siguió siendo firme. Tan rápido como ingresé en las tinieblas, así también apareció la luz, cerré entonces los ojos que ya no tenía en un acto reflejo, cegada por el fuerte resplandor. La curiosidad hizo el resto y cuando me animé a mirar quedé perpleja, estaba de pie en un hermosísimo bosque, y sin saber qué hacer decidí esperar. A unos metros frente de mí, corría lentamente un pequeño arroyo y un angosto puente unía los dos márgenes.
De pronto un hombre apareció en la otra orilla y subió lentamente al pasadero pero no lo cruzó, quedó en medio, observándome en un mutismo total. Traté de ver su rostro pero no lo logré debido a la gran luminiscencia que refulgía a sus espaldas, solo pude distinguir su gallardo porte… no me era dado ver nada más.

— ¿Has venido a buscarme?… ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? — pregunté mientras me acercaba a él.
Quería verlo de cerca, pero cuando iba a subir la rampa, alargó su mano frenando mi avance y con voz muy cálida dijo:
—Que gran necesidad tienen los humanos de rotularlo todo. Mi nombre no es lo verdaderamente importante. A través de los tiempos me han llamado de mil distintas formas, y ninguna es la correcta, tal es así que creo que hasta yo mismo lo he olvidado. Solo debes saber que he venido a tu encuentro por una sola razón. Quiero advertirte que debes dar tiempo al tiempo, y no debes cruzar el puente aún, porque si lo haces no podrás luego revertir tu decisión. Si lo traspones te aseguro que tendrás la paz que tantas veces has ansiado.

En este lado del no ser, te será revelado el arcano de la vida y la muerte, estarás al tanto de tus fallas y aciertos anteriores, y conocerás la magnanimidad del verdadero sosiego. Pero has llegado hasta aquí por decisión propia y aún no es tu tiempo. Desististe de luchar especulando que no podrías enfrentar tus tribulaciones. Retrocede a considerarlo una vez más. Si aquellas penalidades y sinsabores que creíste padecer ayer no te hacen mella en estos momentos, indudablemente no poseen la gran envergadura que les atribuías, sólo las sobrevalorabas, transformando los inconvenientes normales del vivir cotidiano en un enorme compendio de aflicciones. Te otorgo el beneficio de poder optar como deseas vivir o morir, voy a apoyarte en tu decreto, pero confía cuando digo que pocos son los que no se arrepienten de lo no realizado durante su existencia. La gran mayoría llega ante mí con gran congoja y compunción por las acciones o los “te amo” que han dejado pendientes.

No has concluido tu aprendizaje pero puedes decidir, cruzas el puente y te quedas sabiendo lo que has despreciado o vuelves a la vida que repudiaste hasta que llegue tu hora. Aún te queda mucho por disfrutar, pero aceptaré sin discusión lo que decidas, dime que ansía realmente tu corazón, y se hará tal y como lo requieras.
Quedé clavada en el lugar. Claro que estaba cansada de sufrir aunque también quería retornar… pero allí había tanta paz…

Desfilaron por mi mente los amores que había abandonado… quería estar con ellos, gozar de su contacto, me resistía a dejarlos, aún necesitaban de mí.

Por otro lado… había hallado al fin una isla de paz en medio del mar tumultuoso de mi agitada existencia, ahora ya no dolían las tormentas pasadas, si resolvía regresar a mi cuerpo inexorablemente todo volvería a comenzar…

Pero ellos me amaban y sufrirían con mi pérdida.

Las ideas se atropellaban tumultuosas por ocupar el papel preponderante.

Volver era retornar a los padecimientos pero nada me era tan angustiante como imaginar su quebranto. El hombre sonrió cuando descubrió que al fin había logrado comprender.

— Has decidido cabalmente — dijo casi en un susurro.
Se acercó un poco más y descubrí la mirada más serena que viera en mi vida.
—Volveremos a vernos — murmuró, y sin más palabras elevó su diestra.

Nuevamente sentí la conocida tracción, pero esta vez me arrastraba hacia abajo.

La siguiente sensación experimentada fue terrorífica. Sentí un frío inmenso, seguido de una gran opresión, y me encontré encerrada en un angosto envoltorio que me esclavizaba sin piedad, todo esto acompañado simultáneamente de un profundo dolor.

— ¿Dónde habré sido conducida ahora? — pensé con temor al devenir y no me percaté que una lágrima mojaba mi mejilla.
— Es un milagro, está respirando, avisen a la familia — escuché que decía una mujer.

Abrí los ojos y reconocí el lugar, me encontraba en la misma cama que había dejado tiempo atrás, y descubrí con cierta alegría que mi espantosa prisión era nada más y nada menos que mi fatigado cuerpo que nuevamente ponía límites a mi alma.

Había regresado al dolor, a los desconsuelos, a las incertidumbres, pero ya nada me importaba, estaba feliz de hallarme nuevamente en el lugar en el que había decidido quedarme, junto a los que me amaban, y si ese era el costo de mi elección estaba dispuesta a pagarlo mil veces.

Además estaba serena, ahora sabía que era cuestión de tiempo, más tarde cuando nuevamente llegara la hora de cruzar el puente Él me estaría esperando y el sosiego tan ansiado seguramente llegaría a mí.

Pero ahora no tenía prisa, solo quería…VIVIR.


Derechos Reservados © Beatriz Alicia Durán

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